
Rosario Central cerraba la gloriosa década del veinte con la esperanza de hilvanar una campaña mucho mejor que la del año anterior. En 1929 finalizó la Copa Vila en una muy poca honrosa quinta posición y para colmo de males el ganador del torneo fue Newell’s Old Boys. Aprovechando la tranquilidad política institucional, ya que Federico Flynn había sido reelecto presidente sin candidato opositor, los cañones de la dirigencia apuntaron al inicio de la nueva temporada futbolística y todos los esfuerzos se centraron en prestigiar al primer equipo.
A inicios de 1930 se cerró el pase del santiagueño Ramón Luna, se repatrió al Monito Juan Francia y como entrenador y masajista del primer equipo se designó a Eduardo Blanco, ex jugador de la entidad. La expectativa por el inicio del nuevo campeonato era tan grande entre la masa de aficionados centralistas que el domingo 16 de febrero miles y miles de hinchas auriazules se acercaron al estadio de Arroyito para presenciar el comienzo de los entrenamientos.
En aquellos tiempos los trabajos de pretemporada se realizaban en dos días: viernes y domingos. Los viernes se realizaban ejercicios de gimnasia, se trotaba un poco alrededor del campo de juego y se jugaba al básquet. Los domingos por la tarde se realizaba un partido de fútbol entre titulares y suplentes, donde de paso se aprovechaba para probar algún nuevo elemento. Las divisiones inferiores, Tercera, Cuarta y Quinta División, tenían entrenamiento físico los martes y fútbol los domingos a la mañana.
Luego de dos meses de trabajos de pretemporada, Eduardo Blanco logró amalgamar un gran equipo. En el arco se encontraba la figura majestuosa de Octavio Díaz, firme y seguro a pesar de que en este año la salud le jugó una mala pasada, haciéndolo faltar en varios cotejos. Lo mejor del once auriazul estaba en su defensa, un andamiaje casi perfecto que Francisco De Cicco y Juan González transformaban, en base a potencia y seguridad, en una verdadera muralla. Un poco más adelante, Podestá, Teófilo Juárez y Cordones transmitían confianza al resto de sus compañeros y provocaban en los delanteros rivales una gran desazón ya que estos debían sacrificarse al máximo para intentar salir airosos de la presión ejercida por los integrantes de la línea media centralista. El entendimiento logrado por el quinteto ofensivo se traducía en un excelente nivel de juego, propiciado por cinco brillantes intérpretes: Pascual Salvia, llegado de Lanús, los hermanos Nazareno y Ramón Luna, el goleador Luis Indaco, quien había pegado la vuelta luego de una fallida experiencia europea y el talentoso Juan Francia, de regreso también tras haber militado en Newell’s Old Boys.
Todo estaba listo entonces para el comienzo oficial del fútbol centralista de 1930 y el destino quiso que en la fecha inaugural de una nueva edición de la Copa Vila se enfrentaran los clásicos rivales de la ciudad. Fue igualdad cero a cero en el Parque Independencia y luego de aquel partido Central goleó en su estadio a los azulgranas de Washington. Buen arranque. Hasta que empezaron los problemas.
A comienzos de 1930, uno de los temas más importantes que rondaba el espacio deportivo de la ciudad era el vigésimo quinto aniversario de la Liga Rosarina de Football. Fundada el 31 de marzo de 1905 por los clubes Atlético del Rosario, Argentino (hoy GER), Rosario Central y el equipo Newell’s Old Boys, la Liga llegaba a su boda de plata como la entidad madre del fútbol local. Fue así que en el medio de los festejos, a los integrantes del Consejo Directivo de la Liga se le ocurrió una idea que no resultó muy feliz: la modificación de los reglamentos y estatutos. Dentro de esos cambios la declaratoria de jugadores libres y los pases interclubes fueron los artículos más controversiales, los que patearon el avispero entre los futbolistas rosarinos.
El proyecto presentado por Alfredo Beccacece, presidente del Club Nacional, dictaminaba que solo los clubes podían establecer, desde el 10 de febrero al 15 de marzo, que jugadores quedaban libres, dejando de lado el deseo de los mismos. Esto significaba que un player podía dirigirse a la entidad donde militaba para solicitar la libertad de acción y los dirigentes, según el humor que presentaban en ese día, podían aceptar o no. En el tema de las transferencias se daba el contexto más polémico, ya que se pretendía que cuando un jugador llegaba a un nuevo club estuviera obligado a jugar un año en una división menor.
Para dar un ejemplo y poder entenderlo, si José Oficialdegui, mediocampista de la primera división del Club Calzada, pasaba a militar en Central Córdoba, debía jugar para los charrúas en el campeonato de segunda durante toda una temporada. Recién al año siguiente podía alcanzar una oportunidad de jugar en la primera. Gran polvareda se levantó con la presentación del proyecto y de inmediato se multiplicaron las voces que solicitaban una huelga de jugadores. Sin embargo, al momento de reunirse el Consejo Superior de la Liga Rosarina, se esperaba que los delegados de los clubes dieran marcha atrás con la descabellada idea. Nada de eso pasó y el proyecto de Becaccece tuvo vía libre. La respuesta no se hizo esperar. Los jugadores se movieron con prisa y al frente de ellos se colocó un aguerrido mediocampista auriazul.
Rosarino de pura cepa, nacido un 19 de julio de 1907, Ernesto Cordones había llegado con veinte años a Rosario Central, proveniente de Atlantic Sportmen. El joven back fue la respuesta acertada ante la salida del célebre Florencio Sarasíbar y en aquel 1928 tuvo la fortuna de coronarse campeón defendiendo la gloriosa camiseta azul y amarilla y hasta participó del primer equipo de baloncesto de Central, logrando ese año el subcampeonato rosarino. Ante la llegada de Juan González tuvo que adelantar su posición dentro del campo de juego, pasó de la zaga defensiva a ocupar un lugar en la línea media.
El nivel de Cordones no decayó, siendo de los pilares más importantes del plantel, dentro y fuera de la cancha. Elegido capitán del primer equipo auriazul, gracias a su carácter y su impronta, no sorprendió que liderara el movimiento que se opuso tenazmente a la ley cadena que los obligaba a jugar en una división menor luego de llegar a un nuevo club. El 9 de mayo por la noche los jugadores rosarinos se reunieron en el salón de la Sociedad de Peluqueros, ubicado en la céntrica esquina de Laprida y San Luis. Cordones, su compañero Antonio Miguel y el rojinegro Natalio Molinari tomaron la palabra para explicar a la audiencia el alcance del problemático proyecto. El delantero Ayala, jugador del Club Belgrano, expuso de forma pasional que la única solución era organizarse y que nadie concurra a los cotejos que organiza la Liga Rosarina. Acto seguido se decidió por unanimidad lo que todos esperaban. Huelga por tiempo indeterminado.
Central y Newell’s brindaron total apoyo a sus jugadores y amenazaron con separarse del resto de los clubes locales si no se derogaba la polémica ley cadena. La Liga tenía en contra a los jugadores, a los dos clubes más importantes de la ciudad y a la inmensa mayoría de los aficionados, los días pasaban y la situación se hacía insostenible. La presión era tal que llegado el viernes 30 de mayo los dirigentes de la Liga Rosarina tuvieron que dejar su arrogancia de lado y decidieron aplicar las modificaciones que solicitaban los huelguistas liderados por Cordones. Al día siguiente los jugadores aceptaron los cambios y se levantó el plan de lucha. Finalizado el asunto se pretendió volver a la normalidad, sin embargo, algo candente quedó flotando en el aire. Ahora los futbolistas tenían el poder de organizarse y lograr cambiar las cosas que consideraran contrarias para su propio beneficio.
Ya pasados los días agitados del movimiento huelguista, Rosario Central volvió al ruedo futbolístico el 8 de junio, para enfrentar a Belgrano en su lejano y complicado reducto de la zona oeste. Desde ese partido, donde se ganó dos a uno, el primer equipo auriazul construyó una notable racha invicta de diecisiete cotejos, donde solo se empató tres veces. Una máquina. Luego de derrotar a Estudiantes en la antepenúltima fecha, los dirigidos por Botafogo Blanco se encontraban en la cima de la tabla de posiciones. Lo separaban cuatro unidades de su más inmediato perseguidor, el Central Córdoba del gran golero Tito Funes, de los aguerridos Garramendy y Bussano, del letal Vicente Aguirre y del gran maestro Gabino Sosa. Aquella diferencia entre canallas y charrúas hacía que Central pudiera coronarse campeón de la Copa Vila con solo lograr un empate en su próxima visita a Sparta, ya que solo quedaban dos fechas.
Aunque el cotejo contra los vecinos del barrio Arroyito no sería el más idílico para el puntero del torneo. El partido fue suspendido cuando los albinegros ganaban dos a uno, debido a incidentes generados por los mismos jugadores locales, furiosos con el accionar arbitral. Central pudo reclamar los puntos, ya que sus rivales abandonaron el campo de juego, pero los directivos no lo creyeron conveniente y la Liga entonces le dio por ganado el partido a Sparta. Por lo tanto, el campeonato se definió en la última fecha. Central le llevaba ahora dos unidades a Central Córdoba y le alcanzaba con sumar un punto ante su próximo rival.
El encuentro ante Tiro Federal se realizó el domingo 14 de diciembre en el estadio de Arroyito, siendo locales los albicelestes. Simpatizantes de los dos equipos colmaron las tribunas de la hermosa cancha ribereña, donde abundaron las banderas centralistas. En aquella calurosa tarde de diciembre, Rosario Central formó con: Luis Bray; Francisco De Cicco y Juan González; Arturo Podestá, Teófilo Juárez y Ernesto Cordones; Pascual Salvia, Luis Indaco, Ramón Luna, Nazareno Luna y Juan Francia. Con goles de Nazareno Luna a los 50’, Luis Indaco a los 61’, Teófilo Juárez de penal a los 73’ y un doblete de Ramón Luna a los 77’ y 86’, Rosario Central le ganó cinco a dos a Tiro Federal y de esa forma se consagro campeón de la Copa Nicasio Vila 1930.
De los veintidós partidos que duró el campeonato, Central ganó diecisiete, empató cuatro y perdió solo uno, aquel polémico cotejo versus Sparta en la penúltima fecha. Convirtió setenta y tres goles a favor y recibió diecinueve en contra. El goleador del campeón fue el santiagueño Ramón Luna con 18 tantos y Teófilo Juárez fue el único que jugó todos los encuentros vistiendo la azul y amarilla. Los dos clásicos de la ciudad que se realizaron de forma oficial en 1930 terminaron en empates y sin que se conviertan goles. Ruidosas celebraciones se organizaron para homenajear el campeonato obtenido. Los jugadores, acompañados de los hinchas más caracterizados, comenzaron los festejos en ese mítico templo centralista que fue el bar de Fuggini, ubicado en Catamarca y San Nicolás.
Gran año para el auriazul, que no solo consiguió el título de la Primera División. También fue campeón de Segunda y Cuarta División. Resumiendo, en 1930, Rosario Central se alzó con los campeonatos de las tres divisiones más importantes de la Liga Rosarina de Football y logró que sus referentes aunaran esfuerzos para representar a sus colegas, tratando de lograr las mejores condiciones para los sufridos futbolistas rosarinos.
GERMÁN ALARCÓN
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