
Domingo 6 de octubre de 1940. Cancha de San Lorenzo de Almagro. El arquero Juan Martínez seguía en el piso, atormentado por un dolor punzante, producto del choque contra uno de los delanteros locales, que para colmo había terminado en gol para los de Boedo. Jesús Lapetina, masajista auriazul y quien atendía a Martínez en ese momento, buscó con impaciencia al capitán Alfredo Fogel y cuando este se acercó le confirmó lo que ya todos presumían. “Juancito no puede seguir” El capitán se tomó la cabeza y resignado empezó a buscar entre sus compañeros a quién pudiera hacerse cargo del arco centralista durante los 88 minutos que restaban. Aquellos no eran tiempos de suplencias y menos para reemplazar porteros. Nadie quiso dar un paso al frente.
Todos se hicieron los otarios al momento de hacerse cargo de tamaña responsabilidad. Todos menos uno: Ignacio Díaz. El aguerrido defensor había sumado a lo largo de su vida y de su carrera futbolística la suficiente experiencia como para enfrentar en incontables oportunidades las más diversas situaciones. Por eso levantó la cabeza, infló el pecho y se ofreció a reemplazar al lastimado arquero rosarino. Iba a atajar prácticamente todo el partido frente a la poderosa delantera que integraban jugadores de la talla de Rubén Cavadini, el ex rojinegro José Fabrini, el vasco Isidro Lángara, Waldemar de Britos y Antonio Núñez.
Para sorpresa de muchos, Ignacio cumplió una destacada actuación bajo los tres palos y desde la seguridad del improvisado guardameta se construyó una actuación tan sólida en todas las líneas centralistas. Luego de sendas anotaciones de Cisterna y Aníbal Maffei, Central dio vuelta el resultado y se puso arriba en el marcador por tres a uno. Lástima que cerca del epílogo aparecieron Isidro Lángara y el árbitro del cotejo para definir el tres a tres con el que finalizó el encuentro. Empate con sabor a triunfo.
Uno podría pensar que aquella curiosidad del arquero defensor habría llegado a su término en el verde césped de la cancha de San Lorenzo, pero el vínculo de Ignacio Díaz con el arco centralista tuvo dos capítulos más. El 17 de noviembre de 1940 el coqueto estadio del barrio del Arroyito recibió al poderoso Racing Club. Quedaban dos minutos para finalizar la primera etapa cuando los blanquicelestes atacaron la ciudadela centralista y en medio de las escaramuzas el arquero Héctor Ricardo se arrojó al piso para contener el balón. Pero la suerte que es grela, quiso que al mismo tiempo el defensor auriazul Justo Maidana se lance con los pies hacia adelante y golpee sin querer a su compañero Ricardo, quien soltó el balón, haciendo que el esférico se introduzca manso en el arco local.
Terminó el primer tiempo y en el vestuario de Rosario Central el médico de la institución revisó al portero diagnosticando una luxación del codo izquierdo. El juvenil arquero, que actuaba en reemplazo de Pedro Araíz, que a su vez había vuelto al arco unas fechas antes por el lesionado Juan Martínez, no salió en el segundo tiempo y su puesto fue ocupado por Ignacio Díaz. Sin embargo, esta vez fueron solo siete minutos, ya que sorpresivamente se vislumbró la figura de Héctor Ricardo emergiendo por el túnel del vestuario. A pesar de su estado desmejorado, relevó a Díaz y se mantuvo hasta el final del encuentro bajo los tres palos. Decisión equivocada de la dirigencia centralista que por intermedio del doctor le indicó al pibe que la lesión no era gran cosa y le pidieron que regrese al partido. La delantera racinguista se aprovechó del maltrecho portero y se llevó con relativa facilidad los dos puntos para Avellaneda.
Al domingo siguiente Central tenía que visitar a Estudiantes de La Plata sin sus tres arqueros: Araiz enfermo y Martínez y Ricardo lesionados. Los pincharratas venían envalentonados tras golear a su clásico rival, por lo que el cotejo siguiente se transformó para Central en una quimera casi imposible de alcanzar. En la práctica nocturna del jueves se intentó probar a Martínez, pero este ni siquiera pudo entrenar ya que el doctor José Luis Imhoff recomendó no quitarle el yeso que estaba utilizando y le indicó reposo total por el resto de la temporada. Al entrenador Godofredo Arigós y a los miembros de la subcomisión de fútbol no les quedó otra que alinear a Ignacio Díaz como portero titular para la excursión a la ciudad de las diagonales.
Las buenas actuaciones anteriores del defensor/arquero eran más confiables que la inclusión de un arquerito de la Cuarta o Quinta División. Díaz no los defraudó. Al final fue derrota por uno a cero, pero la performance del polifacético jugador dejó conformes a propios y extraños, demostrando una inusitada serenidad ante los distintos momentos de peligro que tuvo que soportar su valla. Justo es decir que la notable actuación de Díaz tuvo un auxilio de notoriedad en la pareja de backs compuesta por Justo Lescano y Pedro Perucca.
Ignacio Díaz nació en la ciudad de Rosario el 11 de marzo de 1911 y realizó sus primeras armas con la camiseta auriazul durante la pretemporada de 1933. En esos días, quien fuera con los años un eximio defensor, desarrollaba su juego en el mediocampo, posición en la que debutó en la Primera División centralista. Toda aquella temporada volcó su sacrificio por el sector derecho de la línea de halves. Hasta que en 1935 se transformó en puntal de la defensa conformando una legendaria pareja de centrales junto a Justo Lescano. Sinónimo de sublime personalidad y prestancia, Ignacio Díaz era de aquellos jugadores que se desvivían por los colores de su club y como vimos antes, no tenía problemas en desempeñarse en cualquier sector donde pudiera ayudar al equipo.
Si hasta fue delantero, una tarde de noviembre de 1939, cuando colaboró en gran forma para que Central obtenga una de las victorias más importantes en aquel primer año que estuvo compitiendo en la liga de Buenos Aires. En esa jornada el frente de ataque auriazul formó con Juan Grassi, Enrique Hayes, Ignacio Díaz, Ricardo Cisterna y Aníbal Maffei. Dos minutos después de iniciado el segundo tiempo, el tucumano Ricardo Cisterna se acercó con pelota dominada al área de Boca Juniors y habilitó a Ignacio Díaz, quien con un remate bajo y cruzado venció la resistencia del arquero Claudio Vacca. Fue el único tanto del encuentro. Por primera vez Central le ganaba a los xeneises y todo gracias al gol convertido por aquel defensor que ese día fue delantero.
Como era costumbre, un valor que se destacaba en los equipos rosarinos era de inmediato tentado por las billeteras más pudientes de los clubes porteños. A nuestra polifuncional figura le llegó el llamado de sirena a principios de 1941, desde las huestes del San Lorenzo de Almagro. La hinchada auriazul se resistió de inmediato a una posible venta, el presidente José Celoria negaba con contundencia la transferencia, pero horas más tarde Ignacio Díaz firmaba para el equipo santo. Con los azulgranas jugó tres temporadas, tuvo el honor de ser capitán y vistió en unas cuantas oportunidades la camiseta albiceleste de la Selección Argentina.
Ya retirado del fútbol, con un paso previo por el América de México, Ignacio volvió resuelto a su casa, a Rosario Central, para ayudar en la formación de las promesas auriazules. A mediados de 1952, los profesionales centralistas se quedaron sin entrenador y los dirigentes comenzaron el difícil camino para conseguir reemplazante. Otra vez la figura encomiable del ya veterano Ignacio Díaz levantó la cabeza, infló el pecho y se ofreció para ayudar a su querido Rosario Central. Como siempre lo hacía. Como cuando fue defensa, mediocampista, arquero y goleador.
GERMAN ALARCON

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