
El entrenador de Boca Juniors vivió una jornada inolvidable en su casa, el Gigante de Arroyito. Carta abierta a un luchador.
Nunca nada te fue fácil. Cuando eras futbolista de Estudiantes de La Plata eras un un jugador esforzado con una gran disciplina táctica. Tu obediencia permitió que se lucieran Alejandro Sabella, Marcelo Trobbiani y José Daniel Ponce en ese maravilloso equipo del 82 y 83 dirigido por Bilardo y Manera, así de generoso sos.
Llegaste a Rosario en el invierno de 1997 para cumplir con las formalidades de un laburo más, pero ninguno de nosotros sabía (ni siquiera vos y ahí está lo maravilloso de la vida) que ibas a cambiar el rumbo de nuestras existencias para siempre. Claro, me refiero al Día del abandono que caló fuerte en la imaginación colectiva del fútbol argentino y del hincha de Central.
Y no te quedaste sólo con eso porque en lugar de cuidar tu imagen (¿quién en su sano juicio podría cuestionarte algo?) te arriesgaste de nuevo. No una, ni dos, ni tres, fueron cuatro veces más y cada una de ellas tuvo un nivel de complejidad diferente, aunque la idea siempre fue la misma: poner a Central de pie de una buena vez.
La más importante, y por eso es la más difícil, fue en la B Nacional. Te costó un poco pero pudiste imponer tu idea arriesgando tu más que bien ganado prestigio. Lograste devolver a tu amado Rosario Central a primera luego de tres años de una lenta agonía mientras en la vereda de enfrente inauguraban una era de títulos que a la Acadé le eran totalmente ajenos en esa época. Claro, los caballeros del parque no contaban con tu figura para frustrarles todos sus planes futuros.
Sí, el momento histórico que viven los hinchas auriazules en el clásico fueron porque vos te plantaste de manos con un plantel muy inferior al de ese Newell’s campeón y lo hiciste revolcarse en el barro de tal manera que hoy, doce años después, no se recuperaron y las estadísticas van de mal en peor para ellos. Ese +21 es todo tuyo y por si fuera poco volviste a fines del 2022 para lograr lo único que te faltaba con la Acadé, ser campeón en primera. Ídolo ya eras de antes.
Verte así me estruja el corazón, pero me hizo bien que hayas estado en el Gigante, aunque suene contradictorio. Te brillan los ojos cuando estás dentro de una cancha de fútbol y se te ve inmensamente feliz. Vos quisiste estar en tu casa con 50.000 personas haciéndote mimos y coreando tu nombre hasta quedar afónicas. Esa ovación no se la gana cualquiera, sólo unos pocos privilegiados.
Siempre serás bienvenido al Gigante de Arroyito, sos parte de la riquísima historia de Rosario Central y la te gente ama. Ojalá podamos tenerte pronto entre nosotros nuevamente dando vueltas por la Ciudad Deportiva, por la cancha o por Arroyo Seco. Te deseo lo mejor y te digo que los canallas te amamos, por si tenías alguna duda. ¡Buena y larga vida Miguelo querido!

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muy buena nota, Gonzalo. Miguel es uno de los nuestros.
Miigueeeelooo! Migueeeeeeloo!! Migueeeeelo!!
Eterno miguelo
Muy buen comentario . Me emociono’… Llena de afecto la nota